Causas sin rebeldes (continuación)

Luego de hacer 1, el hombre que iba de copiloto ingresa al auto nuevamente, el piloto deja su celular en uno de los compartimentos del auto. El copiloto sin preámbulos comienza a decir que a pesar de que en su juventud bebió bastante alcohol, incluso solía tomar tres botellas de vino como si nada, no tenía problemas con su próstata, y se suponía que el consumo desmedido de alcohol incidía en los problemas a la próstata; fue luego de ese preciso instante que una voz extraña se escuchó dentro del auto: “efectivamente el consumo excesivo de alcohol está asociado a problemas de la próstata y bla bla bla”. Los viejitos quedaron boquiabiertos, ¡Quién diablos está hablando!, se preguntaron. Luego de un silencio llegaron a la respuesta, no había otra posibilidad, se dieron cuenta que la voz provenía de su teléfono celular. “Y quién te peguntó a vos, desgraciado”, dijo el piloto en tono burlesco, ¿por qué te metes en nuestras conversaciones? Qué te crees sapo tal por cual, más una serie de chilenismos subidos de tono. Estos son los…, dijo el copiloto, ellos controlan el mundo, se meten en todo lo que hacemos y decimos, nos tienen a todos identificados, no tenemos privacidad. El piloto entonces le dijo a su amigo que no los maldijera, porque “los enanos” ahí dentro estaban escuchando todo y pronto podían atacarlos. Miró al cielo y vio un objeto raro: “¡bajémonos, amigo, ahí viene un dron y nos va a atacar!” Los dos se bajan rápidamente y se alejan del auto antes que les disparen un misil.

Por suerte sólo se trataba de un aguilucho que daba vueltas por ahí en busca de un conejo. El rancho que buscaban quedaba cerca de Salamanca, tierra de brujos y brujas. Y, justamente, luego de llegar al rancho buscado se encontraron con un brujo que se las daba de médico con el dueño de las cabras. Se armó una conversación entre los forasteros y el brujo. Primero el chamán criticó la medicina tradicional; y luego comenzó a presumir de sus poderes: “Yo voy a vivir doscientos años”, dijo con seguridad. Cuando el piloto se fue con el quesero a buscar los quesos, el copiloto se quedó a solas con el brujo y esto dijo el chamán del cabrero: “El hombre se ha hecho todo tipo de exámenes y no logran saber lo que tiene. Yo sé lo que tiene, es una bacteria” ¿Y cómo se puede sanar, preguntó el copiloto? “No, eso no tiene remedio”, afirmó sin dudar el brujo. Luego pasó su aviso económico. “Yo sólo cobro 20 mil pesos por consulta”, dijo y miró al hombre, “Mire yo sólo pido el nombre del paciente y su fecha de nacimiento, y con eso puedo saber exactamente cuál es su problema”. El copiloto se quedó mudo unos segundos, luego el brujo continuó: “La señora del cabrero dice que su hermano tiene esquizofrenia, está equivocada, no es así, al joven le hicieron un mal, una mujer le hizo un mal, eso es lo que tiene, yo lo voy a sanar”. 

Luego de la transacción de los quesos, el cabrero y el piloto se unieron a la conversación. Al poco tiempo apareció en el cielo el aguilucho. El quesero dijo, esos andan detrás de ratones o conejos. “También de cabritos”, intervino el brujo, “y también se llevan a niños chicos en sus garras”, terminó, diciendo. El cabrero entonces movió la cabeza en señal de desaprobación.

Piloto y copiloto con sus ricos quesos en la maleta se despidieron del brujo y el cabrero, entraron al auto y se alejaron de aquel mundo fantástico. Por una parte, la técnica moderna con sus aparatos que lo saben todo, y por otra parte la brujería que inventa lo que no sabe, en pleno siglo veintiuno.

Citadini

Fuente imagen: concepto.de

Compartir en WhatsApp y Facebook