Desafíos de la educación actual

Que niños de cinco años digan con frecuencia, “estoy estresado”, “estoy angustiado”, son síntomas de un problema inédito en la educación. A temprana edad están bien familiarizados con el lenguaje de la sicología. Conversando con un par de docentes en una escuela para el día del libro me enteré, por ejemplo, que un gran porcentaje de estudiantes están diagnosticados con alguna neurodivergencia, TEA, TDAH, etc. Esto no es malo en sí, es sólo la realidad en la educación actual. Las causas de este fenómeno no están claras y sólo se puede especular al respecto: algunos hablan del tipo de alimentación, otros de la influencia de internet, que crea una adicción en cierta manera enfermiza que los condiciona a estar siempre conectados y considerar las demás actividades como fomes y aburridas. Es un desafío que generalmente sobrepasa las capacidades de los establecimientos para lidiar con este nuevo escenario. Incluso, en ocasiones, se deben hacer cargo de alumnos con severos problemas sicológicos, hasta siquiátricos, y los docentes no cuentan con las herramientas necesarias para contener a estos alumnos, y deben pasar mucho tiempo con ellos sacrificando el tiempo que deben emplear con los demás estudiantes. Sin siquiera mencionar detalladamente que existen comportamientos violentos por parte de los alumnos que para los profesores son difíciles de neutralizar.

                  También me contaban que es totalmente antipedagógico que los alumnos deban pasar una hora y treinta minutos poniendo atención en una asignatura. Es imposible que se mantengan tranquilos. Coincidíamos que los períodos debían ser más breves; y que antes de cada período los estudiantes hicieran ejercicios físicos guiados por la profesora o el profesor, como se hace en otros países; de esta manera liberarían energía y estarían más dispuestos a poner atención en clases. Esto lo entendieron los griegos hace más de dos mil años.

                  Por otra parte, les sugerí que no sería mala idea que cada cierto tiempo las escuelas fueran visitadas por personas externas, que se destaquen en alguna actividad y les dieran a los niños una visión de su trabajo y de su experiencia de vida. Eso intenté hacer para el día el libro. Traté de convencer a los estudiantes de los beneficios de la lectura, de la importancia de la lectura, de querer a los libros; en fin, una labor quijotesca pero no del todo inútil, pues muchas niñas y niños se interesaron por los libros.                   

Aproveché de visitar otro colegio ese mismo día, pero sin ser invitado; y ahí sí me encontré con molinos de viento; la encargada me dijo: “No tenemos plata para libros, además a los estudiantes no les gustan los libros; prefieren lo teléfonos celulares, así es el mundo de hoy”. Entonces le dije, “o sea, ¿usted no va a tratar de cambiar esa situación?”. Entonces me respondió, “es que hemos invertido mucho en arreglar el colegio, no tenemos plata para libros”. Esa ha sido la tendencia en los últimos años, mucha inversión en infraestructura, vamos con lo material dejando lo inmaterial de lado, mucho cemento poco cerebro, mucha materia, poco espíritu.

Citadini

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