Caminando comprobé aquello que sospechaba “la vida es una fiesta si uno hace lo que ama», canta un inspirado Facundo Cabral. De esta poética aseveración nace una pregunta esencial. ¿Qué mueve al ser humano a dejar su zona de confort y a ponerse en camino?
Una historia bien contada es una buena respuesta a dicha interrogante.
Una forma excelsa de narrar estéticamente el pasado es el teatro. En el espacio escénico entran en juego dramaturgia, personajes y espectadores. Ahí todo se transforma: el tiempo, el espacio, las emociones y la realidad. Esto se vivió el sábado 7 de junio en las tablas del Teatro Municipal de San Felipe.
De pronto, entre el silencio del público; música ad-hoc y la iluminación precisa, aparecieron unas religiosas decimonónicas de rostros velados, que nos invitaron a iniciar un viaje; primero desde la historia de su propia vida, para luego llevarnos a cruzar el Atlántico en una larga y difícil travesía, no exenta de zozobras y dificultades. Como un anticipo de lo que sería su vida en su nuevo destino.
Esta travesía y sus vicisitudes, está muy bien lograda; la puesta en escena traspasaba las emociones e incertidumbres vividas a bordo por las jóvenes monjas. El respetuoso silencio de la concurrencia le otorgaba mayor relevancia y realismo a esta auténtica expedición de fe.
Por otra parte, la presencia de un narrador permite, en lo práctico, el cambio de vestuario y escenografía, otorgando la continuidad y fluidez necesaria. Así conocemos de las crecientes dificultades que experimentan las Religiosas del Buen Pastor, al iniciar su misión en San Felipe; dando cuenta de la realidad precaria que viven muchas mujeres.
Esto implica la aparición de nuevos personajes, y por tanto, más intérpretes en el escenario; que, una vez más, es resuelta adecuadamente, con los movimientos y la velocidad exigida por el texto.
El avance del tiempo dramático se convierte en una crónica, no sólo la historia de estas mujeres de Dios; también da a conocer aspectos de la historia de Chile, desde el siglo XIX, hasta hechos recientes y aún latentes. El uso del medio audiovisual otorga una cuota importante de veracidad y emoción, con testimonios fehacientes y rostros reconocibles, que dan cuenta del fructífero trabajo de esta orden religiosa.
El uso de máscaras es un acierto que enriquece el montaje, pues realza la expresión corporal de los personajes, contribuye a crear una atmósfera acorde con la historia y permite la concentración del actor, y, por ende a potenciar su interpretación, situación que todos los presentes pudieron experimentar.
La dramaturgia y dirección de Verónica Barrera, junto a la compañía La Huifa, nos embarcaron en esta travesía llena de humanidad y amor. Nos emocionaron profundamente. Nos invitaron a conocer la vida y obra de las hermanas del Buen Pastor y de paso, parte importante de la historia de San Felipe. Además, nos ayuda a responder la pregunta inicial: Qué motiva al ser humano a dejar atrás un vida cómoda y conocida y aventurarse en los mares de lo desconocido. En este caso, la respuesta es contundente: el amor al prójimo, desde la fe.
En síntesis: una gran historia, con personajes muy bien logrados, con un acompañamiento musical preciso y público emocionado y agradecido.
Solazo