Raúl Pizarro, un putaendino de cepa y lomo

Entrar a “Los Portalones de Juan Rozas”, done el pintor Raúl Pizarro tiene su sala de exposiciones y también su casa y su quinta, es de alguna manera retroceder en el tiempo, y a medida que conversamos con él, el tiempo va deteniéndose y pasando cada vez más lento, pero de una manera agradable, contradiciendo, en cierta medida, el ejemplo de Einstein. 

Nos cuenta que la pintura le ha dado todo lo que tiene, tanto material como espiritualmente. En sesenta años que lleva dedicándose a este arte ha pintado más de cinco mil cuadros; en ese sentido es un pintor prolífico. En sus momentos de mayor actividad llegó a pintar tres cuadros diarios. “Mi pintura podría clasificarse como naturalista-impresionista”, afirma.  “La pintura es una locura, una obsesión que quema”, nos dice. 

Y sus comienzos en el arte pictórico son azarosos y misteriosos. A los seis años y medio contrajo tuberculosis. Estuvo en el hospital antiguo de San Felipe por más de cien días, recibiendo 4 inyecciones diarias de treptomisina. Fue el doctor Segismundo Iturra quien lo salvó, nos confiesa. Entonces, su madre quien lo quería mucho, le comenzó a llevar, lápices, acuarelas, gomas, blocks de dibujo, para que se mantuviera ocupado y entretenido, y así fue como nació el pintor Raúl Pizarro. Dice que tanto su mamá como su papá lo apoyaron en su vocación de pintor. Su padre, un hombre muy inteligente, que en su tiempo construía carretas para el Fundo Lo Vicuña, le fabricaba también los marcos para sus cuadros. 

Luego de egresar del Liceo de Hombres de San Felipe tomó un curso de dibujos por correspondencia. Obtuvo su diploma y se dirigió a Santiago a golpear puertas con sus dibujos bajo el brazo. Finalmente, tras un largo peregrinar, encontró trabajo en el Mercurio de Santiago. Estuvo seis años dibujando historietas para la Revista Manpato.

Volvió a su Putaendo, y desde ahí no se ha movido. Por el contrario, ahí lo han visitado y lo visitan los que quieren apreciar su arte. Nos cuenta que el interés por la pintura fue fuerte hasta fines del siglo pasado. Lo visitaban de Europa y de países latinoamericanos; escritores, como Miguel Serrano, José Rosasco. Gerentes de empresas y amantes de las artes, que se quedaban tardes enteras en su propiedad.

Martín Nanjarí, estudiante de Artes visuales, PUCV, junto a Raúl Pizarro.

Raúl Pizarro también ha recibido sus laureles. Nos cuenta que cuando se enteró que había obtenido el segundo lugar en el Concurso de Pintura del Magisterio en Valparaíso, “saltaba en una pata”. 

Su mayor distinción ha sido el premio de la Sociedad Nacional de Bellas artes en 2021. Pizarro ha realizado exposiciones en el Instituto de Chile, la Casa Colorada, En el Centro Cultural de Providencia, entre otras instituciones.

Va pasando la tarde, y el sol se esconde entre los cerros, y así como pasa la tarde, vamos recordando pintores: Carlos Ruiz Zaldívar, quien le enseñó sus técnicas y con quién pintó por décadas los parajes de la cuarta y quinta región. El iluminado Antar Abder Kader; Pedro Aranda, a quién admira enormemente. Héctor Villarroel, Rodrigo Barros. Nos quedamos bastante en Luis López Lemus y su estoica vida. De Putaendo, el gran Pedro Lobo, quien a temprana edad emigró a México y pintó con Diego Rivera y tuvo sus pláticas con José Clemente Orozco, los grandes muralistas del país azteca. 

Ya casi a oscuras nos invita a su casa a una taza de té con miel de abejas que sabe a delicias, rico pan con palta y galletas, todo preparado amablemente por Betty, su mujer; quien lo ha apoyado y acompañado a lo largo de tantos años. También comparten con nosotros algunos de sus hijos.Nos quedamos con estas palabras que Raúl nos dijo de manera espontánea en medio de nuestra charla: “Amor es sabiduría, Dios es amor, Dios es la máxima sabiduría”. 

Te invitamos a conocer su sala de exposiciones en el siguiente vídeo:

Compartir en WhatsApp y Facebook