¿Por qué suben los extremos y el centro se esfuma?

Una pregunta con muchas respuestas. Podríamos esbozar algunas. Vivimos un mundo de acciones extremas; la mayoría de los países gastando grandes sumas en armamento; conflictos barbáricos en pleno siglo veintiuno: la situación inhumana en Gaza, los bombardeos a civiles en Ucrania. Una inteligencia artificial que avanza sin límites. En muchos países incluyendo al nuestro, migración descontrolada, delincuencia y narcotráfico campeando. Condicionamiento de la población por los aparatos móviles y las redes; un mundo seudo orwelliano. En Santiago, alumnos de liceos arrojando molotov, incluso a rectores y profesores. Frente a todo esto, La revolución de las flores parece un sueño perdido en el tiempo. 

Frente al crimen surgen líderes como Bukele que quiere eternizarse en el poder. Cuando preguntan a los salvadoreños, muchos dicen, está bien, hoy podemos andar tranquilos por las calles. En El Salvador el 2,5 por ciento de la población está presa, algo así como 105.000 personas, el doble de la población penal chilena, pero con una población total casi tres veces menor a la de Chile. Saque usted cuentas. Entonces, no es raro que la gente quiera una “mano dura”, (sin recordar de dónde salió la frase). No obstante, cuando la mano es muy dura, es fácil caer en atropellos a los derechos humanos. Los discursos extremos suelen ser simplistas, sin matices, porque lo que se quiere es orden. O, por el otro lado, el fin de las injusticias. Y las recetas parecen fáciles de implementar; por ejemplo, subir el sueldo mínimo a 750.000, gran idea, tal vez, podría ser incluso más alto; pero cuántos van a poder pagar ese sueldo, cómo va aumentar el desempleo, considerando la alta tasa que ya existe hoy. Como decía mi abuelo, no es soplar y hacer botellas: la gente en la izquierda más extrema suele confundir “un árbol de cerezas con un arbusto de frambuesas”, para usar una metáfora.

El Criticón

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